26 de agosto de 2022
Nuestra primera hija de 7 años, fue concebida naturalmente y no hubo contratiempos durante el embarazo, por lo que un año después comenzamos a buscar un segundo embarazo, esta búsqueda se transformó en 6 años de intentos con 3 abortos espontáneos. Uno de estos abortos fue retenido por lo que las cosas se complicaron y fue necesario hacer un raspaje…esto fue físicamente desgastante, y emocionalmente hizo que me sumergiera en una profunda depresión, sólo logré sobreponerme por mi hija.
Después de todas estas experiencias decidimos «cerrar la fábrica», pero mi hija siempre nos decía que quería un hermanito. Considerando lo traumático de las experiencias anteriores y mi edad, decidimos que lo mejor era adoptar un niño. Estábamos súper decididos pero por esas cosas de la vida, me acordé de un médico experto en fertilidad, del que alguna vez alguien me habló y decidimos ir a verlo para saber cuáles podrían ser las causas de los abortos que habíamos tenido y evaluar si eventualmente teníamos alguna oportunidad por medio de la ciencia.
Este nuevo doctor nos pidió muchos exámenes y, cuento corto…mis niveles hormonales y mi reserva ovárica eran malos y podían ser la causa de mis abortos espontáneos. Con esa información nos habló de las alternativas que tenía disponible, entre ellas la adopción de un embrión…En ese momento nos miramos con mi marido y le dijimos al doctor que eso era lo que queríamos intentar…como ya habíamos decidido adoptar a un niño ¿por qué no darle la oportunidad a un embrión con pocos días de gestación que probablemente nunca nacería, porque sus padres biológicos ya tenían la cantidad de hijos que habían planificado? Así empezó nuestra aventura.
La planificación de este proceso, contemplaba una entrevista con la psicóloga del programa, estábamos muy nerviosos porque sentíamos que debíamos pasar prácticamente el gran examen de nuestras vidas y ver si ante los ojos de una experta, éramos o no candidatos a ser padres adoptivos…Pen´sabamos: «¿qué pasaría si salíamos «reprobados»? Ya tenemos una hija…¿y si la sicóloga indica que no somos buenos candidatos, eso significa que somos malos padres?» Decidimos ser totalmente honestos, contar todo lo que sentíamos y responder con total transparencia cada una de las preguntas. Esa entrevista terminó siendo acogedora, con una profesional que nos observó y escribía cada una de nuestras respuestas sin gesto alguno en su cara y terminó diciendo que somos unos tremendos papás y que teníamos un lindo mundo espiritual, y que ese entorno familiar era el óptimo para cualquier niño…salí llorando, como si hubiésemos dado un examen de grado recibiendo la máxima distinción.
En paralelo yo había comenzado con hormonas, exámenes de sangre, ecografías y un largo etcétera, todo estas cosas eran repetitivas y agotadoras, todo estaba calendarizado con día y hora…lo que a ratos era agobiante.
Luego de la entrevista con la sicóloga, pasamos con la embrióloga. Nos hizo varias preguntas y también nos hizo hablar de la razón por la que queríamos adoptar, le contamos nuestra historia y nos pidió una foto de ambos, además de preguntarnos si teníamos algún requerimiento especial en cuanto al aspecto físico. Sólo le comentamos dos sugerencias de nuestro médico, asociado a la altura y al color de la piel. Al no tener mayores exigencias nos dijo que la búsqueda sería rápida, estimando un mes aproximadamente de espera.
Cuando la embrióloga nos informa que había encontrado a nuestro hijo o hija, nos contactamos con el médico y nos entregó una pauta llena de instrucciones, todo cronometrado y nos informó la fecha de la transferencia. Desde ese momento comenzamos a vivir una tensa espera, llena de incertidumbre, tratando de no ilusionarnos porque la probabilidad de éxito era de un 60%. Además, el recuerdo de las pérdidas anteriores rondaba a cada rato en mi cabeza, pero ya estábamos embarcados en esto y quería intentarlo, para quedarnos tranquilos y con el paso de los años mirar atrás y ver que habíamos agotado todas las instancias por tratar de traer un segundo hijo al mundo.
El día de la transferencia mi marido no pudo entrar a la preparación por protocolo Covid, y estuve por eternos minutos esperando el gran momento…Ya en el pabellón, mi doctor se acercó y me explicó el proceso, luego sacó su celular y me dijo: «mira, éste es tu hijo o hija…mira que lindo es». Para mí era la foto de una célula pero si él decía que era lindo, yo tenía que creerle (jajajaja). En el proceso no sentí dolor, no tengo conciencia de cuánto duró, luego me llevaron a un box donde debía estar acostada como una hora, recuerdo que el doctor me dijo: «oficialmente a partir de este momento estás embarazada»…no pude evitar llorar. Me entregó las indicaciones que debía seguir y yo con mucha emoción, miedo y algo de pena también, le dije «¿Doctor usted cree que mi chiquitito se afirmará y logrará esta vez nacer?», me tomó el brazo firmemente, se sentó al lado de mi camilla, susurró una oración, hizo al final la señal de la cruz en mi guata y me dijo «va a salir todo bien esta vez», nuevamente lloré.
A la semana siguiente me hice examen de sangre para ver si la hormona del embarazo estaba aumentada y así fue, dos días después repetí el examen y ésta se había disparado, no podíamos más de felicidad.
Durante los meses siguientes hubo varias situaciones que nos asustaron, entre ellas síntomas de pérdida, incertidumbre en el estado de salud y formación, pero finalmente el diagnóstico se revirtió, para llegar a un embarazo normal, aunque con muchísimas náuseas, reflujo e insomnio…Me sentí enferma durante todo el proceso, pero todo valía la pena.
A medida que mi guata iba creciendo, había mucha curiosidad de cómo era físicamente y cómo sería en términos de salud pero en el momento en que nació y la vimos, todos nuestros miedos se esfumaron y dimos paso a la continuación de ese profundo amor…no sé cómo explicar ese momento.
Hoy mi pequeña tiene 5 meses, es una hermosura risueña y sana, sin duda era nuestro momento y resultó en el primer intento, no hubiésemos podido financiar un segundo proceso, pero creo que al mirar para atrás si no hubiese resultado, al menos podría decirle en el futuro a mi hija «lo intentamos todo». Si no hubiese funcionado y tuviésemos los medios para repetirlo, lo haría nuevamente, porque es impagable la felicidad que tenemos hoy de ver a nuestra familia completa.
Independiente de cómo nuestra pequeña llegó a nuestras vidas, ella es nuestra segunda hija y las amamos a las dos profundamente sin diferencias. Ahora comienza el trabajo con ellas para contarles nuestra historia, y a pesar de que se concibieron de forma distinta, ellas son nuestra razón de existir.
Verónica, 38 años